«Yo soy un pastor palmero / que vengo de Puntallana / y al Niño Jesús le traigo / una mantita de lana». Ben ensaya de principio a fin «Los pastorcitos», villancico popular en las voces de la Antigua rondalla del Frente de Juventudes (1957), «da capo al fine», como dice cada tarde de repaso el director de Los Divinos de Santa Cruz, una agrupación musical folclórica formada por jóvenes palmeros de diferentes edades, en la que educa su voz para cumplir su sueño.
Le dicen «Ben» por cariño y para quitarle un poco de seriedad e historia a su nombre: Benahoare. Más palmero imposible. Ben nació en Puntallana hace 12 años, y su arraigo por su terruño va más allá del nombre, que hace honor a los aborígenes palmeros, los Benahoaritas, y a cómo estos llamaban a su isla.
Rubio, ojos verdes y con ese mote, hace afirmar a cualquiera que palmero no es, por lo menos de Inglaterra habrá venido, pero basta escucharlo entonar con tanta pasión villancicos como «Alborada palmera» y «Ese niño», entre muchos otros que se sabe desde pequeño, para afirmar otra cosa: es un Divino.
En vísperas del Día de Reyes, Ben se aplica para aprenderse cuanto villancico encuentra entre las partituras de su papá, Aythami, un músico autodidacta que durante muchos años recorrió las calles de los pueblos de la «isla bonita» en Navidad, tocando su guitarra y cantándole a los vecinos con diferentes rondallas. Es que ese gusto melódico decembrino viene de apellido y sangre.
«Este es el año, este es el año», se repite el aprendiz antes de cada ensayo. Ha perseguido ser solista el día de la Cabalgata de Reyes desde hace un par de años, cuando se «enserió» en eso de cantarle a la Navidad y a todo lo hermoso que representa. Pero los nervios lo atacan al enfrentarse a los escenarios grandes, y se le hace imposible regalar su talento ante un público numeroso.
«Esta noche es Nochebuena / y es la noche de alegría / en que ha bajado María / desde el cielo a la ciudad. / Los palmeros corazones / festejamos su llegada / cantando en la madrugada». Afina y repasa varias veces «Alborada palmera». Es uno de sus temas preferidos. Pero «Los pastorcitos» no tiene competencia, es el que quiere cantarle a los Reyes a su paso por la Calle Real de Santa Cruz dentro de pocos días. Para lograr ser el solista durante ese gran evento debe participar en un casting. Sólo pensar que competirá con sus amigos, unos tan buenos como él, lo hace ahogarse en un mar de nervios que hasta lo enmudece.
No ha salido de la ducha, donde ofrece sus mejores conciertos, y ya suda. El estómago también regala un recital al estrujarse y enredarse más que las lianas de Los Tilos y el Cubo de La Galga juntos. Mañana es el día del casting, y el siguiente es el gran y esperado 5 de enero, cuando se convertirá en un Divino, el solista de la Cabalgata de Reyes. Tiene fe en que así será, y se acuesta con ese deseo en su cabeza y su corazón, con un latir más melódico y rítmico que cualquier otra Navidad.
Ahí están Melchor, Gaspar y Baltasar, al lado de su cama, viéndolo dormir entre nervios y emoción. Hicieron un alto en su largo recorrido a camello para visitarlo. Ben percibe un olor a incienso mezclado con sol, y un destello lo despierta dentro de su sueño profundo. Un regalo adelantado, ¡y qué regalo! Los tres allí con él. Se imagina a los camellos comiéndose las flores de su mamá en el jardín y sonríe malicioso.Melchor le dice que debe confiar en su talento, Gaspar lo aupa y le pide que sea valiente, y que si no es este año, será el próximo, que nunca deje de intentarlo. Perseverancia. Mientras, Baltasar, un poco distraído y contrariado con las estrellas plásticas de neón que Ben tiene pegadas en el techo de su cuarto, le susurra al oído: «Nos verás desde el escenario y nosotros escucharemos tu hermosa voz a nuestro paso. Así será». Y cierra su premonición con un guiño cómplice.
Hora de levantarse. Risueño, positivo. Ben despierta y se alista para su encuentro con ese reto de varios años. Es en la tarde pero desde temprano repasa los villancicos, vocaliza, estira el cuerpo, medita. Aythami le grita desde la cocina que no abuse y que descanse la voz, para que no esté ronco a la hora de las pruebas. Almuerza, se ducha, da un último concierto en su baño/anfiteatro, y se pone su mejor camisa, «la de la suerte», se dice a sí mismo en voz baja.
Su papá lo lleva al Teatro Circo de Marte, en Santa Cruz, donde harán las pruebas, y lo despide entonando un fragmento de «Los pastorcitos» y un beso en la frente. Primero la visita de los Reyes y ahora esto, Ben sólo «Todo saldrá bien», agrega confiado y orgulloso.
Sereno y seguro, los ojos le brillaban, más verdes que las estrellas que distrajeron a Baltasar la noche anterior. Saluda a sus amigos y se apunta de primero en la lista de las pruebas ante la mirada incrédula de sus compañeros cantores. Como nunca, tenía porte de solista y no de corista.
A capella, sin acompañamiento de instrumentos, el reto más duro para un cantante. Así fue el reto de Ben ese día, y no fue problema para él. Le pidieron un villancico y cantó 5, los interpretó, de su boca salía tradición, amor por la Navidad. Fue unánime, Ben sería el solista de la Cabalgata de Reyes. Explotó de emoción, y con él sus amigos y su familia al enterarse. La noche fue larga, de buscar el mejor atuendo, de estar de punta en blanco para deleitar no sólo con su voz, también con su look.
Al caer como una roca en su cama, durante su sueño profundo se vio acompañando a los Reyes en su ruta hacia La Palma bajo un cielo de estrellas de neón, y les dio las gracias por convertirlo en un Divino solista para ese día tan especial. Baltasar le guiñó el ojo y dijo: «Lo sabía, y tú también».
¡A levantarse! 5 de enero, el primer momento cumbre de la corta vida de Ben había llegado. La mañana fue eterna, los minutos duraban horas, hasta que fue momento de partir a la plaza España de Santa Cruz, donde estaría el gran escenario, de esos a los que les tiene terror. Frente a frente, el escenario y él, se retaron e hicieron las pases. Será algo especial. Eso acordaron.
La gente aglomerada en los alrededores viendo hacia la Calle Real, vítores, confeti, niños con globos, la rondalla afinando sus instrumentos, sus amigos en línea detrás de él afinando sus voces. «¡Ya vienen los Reyes!» se repite en bocas de los presentes. Todo listo. El director da la entrada a los músicos, Ben solo, a un costado, y micrófono exclusivo para él y sus ganas de cantar. Para hacer más especial el momento, suena «Los pastorcitos», y sin dudarlo, Ben entona plácido los primeros versos, desenvuelto, extrovertido, un Raphael en Eurovision en sus años mozos.
Se asoman en la calle unos vistosos sombreros. Él tiene mejor vista que muchos. Divisa a los Reyes mientras canta, van contentos, regalando saludos y golosinas. Ellos ven al artista, se conocen, sonríen, como si se hubieran encontrado noches atrás. Canta y los persigue con la mirada, el concierto es para ellos, para agradecerles. Lo saludan desde lejos, y Ben resuelve con un guiño. Baltasar lo señala y ríe. El Divino de Puntallana se le adelantó.