Al grito de todo para el pueblo se saqueó un holding que costó a los españoles dos billones de pesetas lucrando a intereses particulares que siguen viviendo de réditos vitalicios. Rumasa se convirtió en un crimen perfecto con ayuda de la corrupción judicial y desde entonces la acción delictiva tras los atriles políticos se convirtió en jauja.
A estas alturas, comparar los actos del socialismo en España con una navaja no es aventurado sino axiomático. No me refiero a la multiusos tan funcional como inocua y cuya diversidad la convierte en necesaria y deseable. La cachicuerna socialista fue incisivamente nociva como el daño permanente que provoca por oxidación-no hay acero inoxidable que la mantenga incorrupta- siendo doblemente peligrosa por su acerado filo y la podredumbre que inflige. Un solo roce electoral bastó, en principio, para contagiar a todo el país incapaz de vacunarse sobre los daños que se propiciaron. La experiencia es un grado destructivo en cuanto concierne a España.
Felipe González no dudó en sacar el bardeo del atraco sin disimulos para dar un navajazo a Montesquieu, reclutando a cómplices del poder judicial con el fin de transformar el delito en honra política y convertir la impunidad en la consecuencia de los desmanes de la aberración que se padeció en un país engañado, desde entonces, durante décadas.
El socialismo español sería un mal útil si fuera definido por sus obras y no por la verborrea de algunos charlatanes que convencen a ignaros; lo sería si se comprobaran críticamente los destrozos que provoca el constante perjuicio que luego eluden desde los atriles, cargando los lastres de la responsabilidad a otros. Algunos son maestros del engaño demagógico y del apaño. Engañan cuando llegan al poder y se apañan para seguir latentes cuando no lo ocupan para hacerse pasar por inocentes y encubrir las múltiples corruptelas de las que alimentarse permanentemente con la codicia sectaria que parasita contra el país. Así legislatura tras legislatura con las que han terminado diezmando toda esperanza a la sociedad española.
Rumasa del felipismo y el 11-M del zapaterismo, pasan por ser los pilares del oscurantismo sobre los que se levanta esta democracia del desarraigo y la tergiversación del concepto, donde toda premisa institucional es discutible así conlleve la desintegración del conjunto para satisfacer a las partes. El cui prodest es referente especulativo sobre esas, en realidad, certezas que dirigen las culpas hacia los beneficiados de los males que hemos padecido.
Los favorecidos de los secretos sin resolver, con trazas criminales, siempre son los mismos. El modo de actuación no cambia pues la falta de escrúpulos es una ventaja en aquéllos que se guían del instinto depredador careciendo de conciencia. Les basta parecer honrados y pregonarlo para que esa credibilidad que no les otorgan las obras cuele con la mentira, esperando mejores momentos para atracar a mano armada y huir gritando al ladrón, al ladrón, en tanto ponen a buen recaudo el botín. En Andalucía ese caciquismo de lo demagógico que roba a manos llenas y ataca a quienes denuncian, va de victimista en cuanto lo pillan mangando sin reparos morales. No es de extrañar tan vil comportamiento que no se haya repetido desde los tiempos del latrocinio felipista.
Dos mil millones de euros en fondos europeos pueden haber sido robados a los andaluces por aquéllos que dicen representarlos. El panorama es desolador como para depositar un voto en las urnas. Las terceras elecciones que llegan se convierten en una dolorosa responsabilidad democrática ante los liberticidas que han estafado permanentemente a los electores. El voto cautivo es cada vez más propenso a liberarse de sus secuestradores.
La gente de a pie no quiere que la engatusen con políticas de intención vitalicia como esos politicastros que se han ganado la vida sin dar palo al agua. El pueblo no vive de la política como tantos que chupan del bote de los presupuestos públicos. Sabe lo que es la demagogia y la advierte en cuanto abren los picos esos loros del oportunismo que repiten consignas sectarias cuyo primer fin es mantenerse en la poltrona del poder, esgrimiendo como pretexto el bien del pueblo al que terminan siempre arrasando. Ese pueblo no es tonto pero lo obligan a ir a las urnas para decidir el verdugo que lo ejecutará. El sufragio universal es una panacea para los forajidos que usan la legalidad para enquistarse y a la Justicia para dejar impunes los delitos derivados de una sazón que beneficia ideológicamente en detrimento del bien generalizado. No es de extrañar el desequilibrio institucional y económico después del paso de tanto trilero sin escrúpulos. Tampoco que después de 30 años de feudo socialista, se descubra en Andalucía una putrefacta trama de corrupción, proporcional a la impunidad histórica que caracteriza a la Junta, y se defiendan diciendo que es una operación contra el conjunto de los andaluces. Todo para el pueblo pero sin el pueblo, a conveniencia de lo sinvergüenza.
La Junta de Andalucía echa balones fuera del mismo modo que se ha usado la navaja para acuchillar una sociedad desprevenida que depende de los engaños permanentes convertidos en culpas ajenas. Lo robado por el socialismo no es tan dañino como el potencial de lo que está por robar culpando a los demás de las putrefacciones propias. El problema es que es contagioso el mal parasitario de los que se han nutrido del esfuerzo de los ciudadanos que sufren la caradura de tanto estafador metido a política. Se contagia pobreza ajena.
Si fuera el sur… No sólo Andalucía es propensa al navajazo de seres sin entrañas que arrancan el pan de la boca a quien lo necesita. La navaja es un bisturí en manos de curanderos populistas y dementes. Llevamos décadas de aparente democracia padeciendo los pinchazos que seccionan el cuerpo de la integración nacional con quirúrgica infamia. El proceso de aniquilación de nuestras libertades ha sido disimulado y se inició tras una matanza que dejó impune el destrozo de los cuerpos vendiendo el alma de todo un país a un diablo de oscurantismo. Luego llegó la ruina económica, acaso como parte del mismo plan devastador contra las bases institucionales.
Así somos un futurible cuerpo condenado a la amputación. Nada parece evitarlo y tampoco parece que deseemos saber el origen de tantos males que , a poco que se escudriñen las causas, lleva a puntuales e impunes responsables. El mal de la hipocresía, junto al de la cobardía, es otra infección de la que tampoco nos libramos.
A la Junta de Andalucía sólo le falta argüir el España nos roba del catalanismo para encubrir los delitos de la corrupción. Ya estarán preparando sus actas de independencia. Cosas más raras se han visto y si coló un expolio delictivo y una masacre sin resolver, aquí se seguirá tragando con navaja en una mano y la rosa empuñada en la otra.
Por algo se habrá sustituido el enmohecido logo de los ficticios cien años de honradez. A ver si cuela.