Leí hace tiempo, en el prólogo del lingüista Carlos Peregrín Otero a la edición española de Estructuras sintácticas de Noam Chomsky, que la ideología es “un conjunto funcional de creencias”. Las ideologías son creencias, es decir, valores, preferencias, ideas subjetivas, no comprobables empíricamente. Y, sobre todo, tienen un carácter funcional. Esto significa que, más que alcanzar la verdad o explicar la realidad de forma racional, sirven para transformar -o sostener- un orden social y los intereses de un grupo. Tienen, pues, un valor instrumental; su idoneidad depende de que alcancen o no sus objetivos.
Los nacionalismos regionales en España, los de las llamadas por ellos mismos “naciones sin Estado”, presentan unas características especiales desde el punto de vista ideológico. Voy a intentar explicar estas curiosas peculiaridades, centrándome (aunque el fenómeno está en expansión) en los clásicos casos catalán y vasco.
Por lo pronto, su objetivo fundamental (y aquí radica el fundamento de su especificidad) lo alejan de las otras ideologías no nacionalistas. Buscan la creación de un nuevo ente político. No es la transformación, sino la creación ab nihilo de algo que no es. Crear una nación donde no la hay; aunque, para ellos, esa nación exista reprimida, en estado latente, esperando la fuerza liberadora que la haga surgir a la luz del devenir histórico. No buscan sólo la defensa parcial de un grupo, clase, estamento religioso o cultural. Esta amplitud le da una enorme volubilidad y les permite moverse con gran libertad en distintos estratos económicos y sociales, así como en el binomio derecha-izquierda y en la gama de matices intermedios. Dicha indefinición y ambigüedad ha sido históricamente muy rentable a los nacionalismos. También desde el punto de vista económico.
Los ejemplos, en la historia de España, pueden multiplicarse. Antes de la guerra civil, tenemos en Cataluña el partido Estat Català, que era el más abiertamente separatista y que, por su estética y retórica, se acercaba en algunos momentos al fascismo italiano. La Lliga regionalista, por su parte (partido con figuras como Prat de la Riba y Cambó), representaba una derecha moderada, cristiana sin ser confesional, europeísta, con un fuerte componente social y cultural. Es la derecha que hubieran querido para España aquellos que vieron en Cambó un posible líder nacional. Esquerra Republicana tenía una línea socialdemócrata o de socialismo radical (moderado) al estilo francés. No olvidemos que un político tan alejado de la demagogia y el sectarismo como Tarradellas era militante de Esquerra. En el espectro de la izquierda, comunistas, socialistas y anarquistas (muy fuertes, estos últimos en el territorio catalán), pueden ser radicales, pero no en el sentido nacionalista, sino político y social. Con el tiempo se han ido acercando el centro de gravedad del núcleo nacionalista. Hoy, después de décadas de democracia, vemos a los socialistas de PSC, con diferentes matices, muy cercanos a las tesis soberanistas o defendiendo un federalismo de límites imprecisos. De hecho, en un ámbito tan pobre, como el nacionalista, desde el punto de vista intelectual, la defensa más lúcida que conozco de estas tesis es el libro Nacionalismos: el laberinto de la identidad (Madrid, Espasa-Calpe, 1994) del filósofo y político socialista Xavier Rubert de Ventós. También los comunistas, en sus distintas mutaciones y facciones, que son muchas, así como los anti capitalistas (la CUP) asumen sin ambages las posiciones más extremas del nacionalismo.
En el caso vasco el fenómeno es parecido, aunque tiene sus rasgos propios. El PNV pertenecía hasta hace unos años a la internacional demo-cristiana, como partido conservador, con rasgos, más atenuados cada día, de clericalismo, con implantación en las clases medias y empresariales. Como en el caso del catalanismo de derechas, el nacionalismo vasco no puede negar sus vinculaciones con el pensamiento tradicionalista y carlista. La izquierda también aquí va desplazando su centro de gravedad hacia el nacionalismo. Además de socialistas (éstos menos cercanos al nacionalismo que los catalanes, pero siempre dispuestos a pactar con ellos) y comunistas, se desarrolla un movimiento de extrema izquierda que pasa a la acción directa y al crimen terrorista como arma política. Desde 2010 ETA no ha asesinado a nadie, pero este movimiento sigue más fuerte que nunca políticamente, en la mayoría de los casos entendiéndose perfectamente en las estrategias (y por supuesto en los objetivos finales) con el PNV. Esta magia aglutinadora del nacionalismo hace que un partido conservador y supuestamente de ideario cristiano se entienda a la perfección con un partido de izquierda radical que no ha tenido muchos escrúpulos para justificar y usar la violencia. ¿Hay alguna otra ideología que tenga esta capacidad de unir, de sintetizar lo distinto y contrario?
Sólo el nacionalismo puede defender un proyecto de derechas usando las estrategias de ingeniería social de la izquierda. Sólo el nacionalismo tiene una estrategia a largo plazo, en un sentido casi transhistórico (lo que lo asemeja a una especie de religión laica) y, al tiempo, sabe bregar con los intereses de cada día, haciendo alianzas y componendas con todo el mundo con un pragmatismo que, a veces, se acerca al oportunismo.
Desde este punto de vista funcional al que he comenzado refiriéndome, el nacionalismo es la ideología perfecta.