En octubre de 2021 participé en la presentación del libro de Pablo Benítez Gómez José Moreno Fernández, “El Santo de Pizarra (Departamento para la causa de los santos, Obispado de Málaga, 2021) en la parroquia de San Pedro Apóstol en Pizarra (Málaga).
El protagonista de este estudio, el padre Moreno Fernández, fue un sencillo cura rural, que vivió desde 1892 hasta 1920. Nacido en Pizarra, tuvo dos destinos, Álora y Benaoján, donde murió con apenas 28 años. En su etapa de Álora colaboró con la Hojita Parroquial, periódico que editaba la parroquia. En su breve vida dejó en los que lo conocieron una profunda huella por su dedicación sacerdotal, amor a los pobres, preparación doctrinal. Tanto es así, que se conoció como el “Santo de Pizarra”.
En mi intervención usé un concepto de Miguel de Unamuno que me parece de gran interés y que, aplicado a la Iglesia, puede tener una enorme fecundidad. Me refiero al concepto de “intrahistoria”. El gran escritor vasco mostró, durante toda su vida, en el terreno religioso, una profunda inquietud y una exquisita sensibilidad. La idea de intrahistoria la menciona y desarrolla en distintos lugares de su amplia obra, en textos narrativos y ensayísticos. El significado de esta palabra (por cierto, recogida en el Diccionario de la RAE) puede explicarse brevemente. Intrahistoria es la vida de esa gente anónima, que están en el subsuelo, trabajando en la oscuridad y el silencio, alejados de las grandes alharacas de la historia oficial.
Demos la palabra al mismo Unamuno, en su libro En torno al casticismo (1905):
Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia toda del “presente momento histórico”, no es sino la superficie del mar, una superficie que se hiela y cristaliza en los libros y registros, y una vez cristalizadas así, una capa dura, no mayor con respecto a la vida intrahistórica que esta pobre corteza en que vivimos con relación al inmenso foco ardiente que lleva dentro. Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que, como las madrépororas suboceánicas, echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la Historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido, sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la Historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna, no la tradición mentida que se suele ir a buscar en el pasado enterrado en libros y papeles y monumentos y piedras.
Por ello, la vida corta y ejemplar del padre Moreno Fernández me parecía un ejemplo claro de la intrahistoria de la Iglesia.
Pero es multitud la legión de estos héroes anónimos. Pienso -cada cual piense en su parroquia- en ese grupo de mujeres, algunas ya demasiado mayores para este trabajo, que se ocupan de la limpieza de la iglesia. Los (sobre todo, las) catequistas, que siguen año tras año al pie del cañón. Fulano, que se encarga de abrir y cerrar todos los días el templo y activar las campanas. La feligresa un poco sabionda, que está en todo y conoce todos los horarios y novedades. Los que pasan siempre la canastillas. La señora encargada de limpiar los paños del altar y cambiar las flores del Santísimo. El jubilado que recoge la colecta y la ingresa en el banco…
Cambian los curas -cada cual con su estilo y manías- y ellos siguen. Siguen casa semana asistiendo a misa, a pesar de que la “liturgia creativa” no para de añadirles novedades y sorpresas. Tienen su sitio en los bancos de la iglesia, de forma que, cuando alguno falta, se le echa de menos.
No han oído hablar -y, si han oído, no han prestado mucha atención- del Sínodo de la Amazonía, ni de la sinodalidad, ni del proselitismo, ni de Traditiones Custodes, ni de las dificultades de la liturgia tradicional. No les suena mucho ese nuevo vocabulario que usan los curas: inclusión, diversidad, fraternidad, ecología, sinodalidad. La mayoría comulgaban en la boca (algunos mayores recuerdan cuando lo hacían de rodillas), pero, después de la pandemia, casi todos lo hacen en la mano, como todo el mundo. Se siguen confesando… cuando pueden.
Ellos son la intrahistoria de la Iglesia. Pienso que, cuando pase medio siglo, los debates actuales habrán perdido fuelle. Serán historia la oposición entre progresistas y tradiciones, entre inclusivos y ortodoxos, la comunión para los divorciados, la teología ecológica, la bendición de parejas homosexuales…
Sin embargo, ellos seguirán ahí, ocultos, fuera de las luces mediáticas. Cuando se escriba la historia de la Iglesia de este tiempo, nadie hablará de ellos. No importa.
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