El autonomismo cuesta caro y sirve para mejorar a los amigos de los caciques regionales. Habrá más funcionarios provinciales; habrá un Parlamento y un Parlamentito. Es decir, existirá una enorme burocracia. En vez de una República de trabajadores vamos a hacer una República federal de funcionarios de toda clase [el artículo 1º de la Constitución de II República definía a España como una República de trabajadores de toda clase]. Dios quiera que vuestros hijos encuentren en esta nueva sociedad que se avecina las satisfacciones que yo no podría encontrar. ¡Que esa República federal de funcionarios de todas clases encuentre un ideal! No es lo que yo soñaba. ¡Qué le vamos a hacer! Presencio con tristeza que ha desaparecido toda serenidad. Yo sirvo a un sentimiento de justicia y me aterra que con otros se cometan injusticias. No me guste eso, no quiero llevar dentro de mí un alma déspota.
El texto, por su actualidad, por su temas tan inmediatos y candentes, parece estar dicho o escrito por algún representante de la derecha española (no del centro) en esta segunda década del siglo XXI. Sin embargo, es el fragmento de un discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid en noviembre de 1932, en la primera etapa de la República española. Su autor no es un conservador recalcitrante, sino de alguien que, desde muy joven, milita en el Partido Socialista y colabora en su periódico La lucha de clases. En las primeras elecciones del nuevo régimen es elegido diputado por la Convención Republicano Socialista. Ocupó importantes cargos institucionales en la administración republicana. Fue una de las personas de relevancia pública en España más críticas con la Monarquía y, en concreto, con Alfonso XIII y de las que más contribuyen al advenimiento del nuevo régimen.
Sin embargo, este hombre, llegada la República de abril, al poco tiempo, ve como se desliza peligrosamente por la corriente del radicalismo. Protesta abiertamente por la violencia anticatólica que se desencadena en mayo de 1931.También se opone a los movimientos autonomistas y a los estatutos, tal como se plantean en los debates parlamentarios. En agosto de 1931, en una entrevista, dice esta frase tan contundente: “¡Qué majaderos son los separatistas! Cualquier aldehuela nos demandará el mejor día su estatuto.”
El autor del texto que encabeza el artículo ha sido uno de los españoles que ha tenido una relación más traumática con el poder político. Posiblemente nadie ha sido tantas veces nombrado y cesado en el mismo cargo: Rector de la Universidad de Salamanca. Este gran español que, en 1932, escribe un texto que parece sacado de la columna de cualquier periódico de ayer, se llamaba Miguel de Unamuno.