Desconozco si hay jurisprudencia al respecto, pero, para evitar el intrincado vocabulario legalista, digamos que lo del ministro del Interior (o de la Introspección dada su veta espiritual) es de traca. Elevado al absurdo, algo por otra parte bien coherente con sus declaraciones, viene a ser como si alguien es testigo de un crimen y el asesino, en vez de admitir su culpa, reprocha al observador que a esas horas esté en la calle mirando en vez de en la oficina. Es decir, que lo grave, gravísimo en cualquier democracia seria, que no es el caso, no es usar de manera rastrera los servicios del estado con fines torticeros y partidistas sino que nos hayamos enterado. A pocos días de las elecciones, sí, pero esa casualidad cronológica, que seguro no lo es, no lima ni una arista a esta tropelía impresentable. Recordar a estas alturas que hace cuatro años un ministro británico dimitió por mentir sobre una multa de tráfico provoca hilaridad porque, si no te lo tomas de ese modo, el exilio se queda corto. El ministro no dimite y el presidente está muy tranquilo. Primero, y más importante, porque España ha pasado a octavos a la Eurocopa aunque con susto y segundo porque eso de que a un miembro de su Gabinete maniobre con el responsable Antifraude para buscar marrones a sus adversarios políticos no deja de ser una tontuna. Lo más desalentador de todo es que para quienes le respaldan en las urnas también lo es. Y por si no fuera suficiente con este sombrío paisaje tampoco resulta un disparate imaginarse a alguien en las antípodas ideológicas del PP haciendo lo propio a la mínima oportunidad. En un mitin ya se ha oído eso de tenemos que llegar al Gobierno porque jueces y guardias civiles están deseando que les demos órdenes para detener a los corruptos. Y se quedó tan ancho ¿Verdad, señor Monedero?
23 junio, 2016
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