EL AMOR NO ENTIENDE DE RELIGIONES
La historia ha brindado siempre argumentos sobrados a los agnósticos, ateos o simplemente apóstatas, para renegar de sus creencias o para no creer en ningún dios. Es fácil contemplar cómo todas las religiones son la respuesta a la exigencia de trascendencia que brota de lo más profundo del hombre. Pero, también, es demostrable que han sido las clases sacerdotales, quienes han prostituido la doctrina. Manipulando su contenido, creando el sentimiento de culpa en las conciencias. Matando el libre albedrío para discrepar y elegir en libertad. Las tres religiones monoteístas configuran gran parte de la civilización occidental y sobre todo de la vieja Europa. Los rabinos hebreos, los imanes musulmanes y los presbíteros cristianos, tienen un mismo denominador común. El ansia de poseer la voluntad de las conciencias para ejercer el poder. A la sombra de las sinagogas, iglesias y mezquitas, los sanedrines, sínodos y ayatolas, germinan las posturas radicales y los perfiles fanáticos. Donde se confunde lo religioso y lo político de forma interesada. Bajo apariencias democráticas, son teocracias despóticas y en no pocos casos sanguinarias. Cuando los teólogos analizan los textos bíblicos y coránicos, inspiración de las tres religiones, cuyo dios sólo se diferencia en el nombre, Yavé, Dios o Alá, descubren que los desmanes cometidos en su nombre, no tienen consistencia teológica. Pero en todos los casos, se atribuyen la docencia e infalibilidad, de ser padres y maestros de la doctrina revelada. Erigiéndose en magisterio auténtico apacentando la grey.
Las guerras y conflictos cristiano-árabe-israelí, que en estos tiempos nos aterrorizan, son reivindicaciones de poder bajo causas religiosas encubiertas. Los gritos de guerra son inequívocos: ¡Que Dios bendiga a EEUU! ¡Alá es grande! ¡Israel es el pueblo elegido! Todos se matan en nombre de la misma divinidad. Son conscientes de que es la misma, puesto que creen en el monoteísmo y muchos patriarcas, profetas y reyes de las tres religiones, son comunes. Abrahán, Moisés, David y el propio arcángel Gabriel.
Ante esta puesta en escena perversa, los incrédulos y agnósticos, tienen más pruebas que nunca para dudar hasta de la misma existencia de Dios. Los tres relatos religiosos, hechos bajo la sombra de la misma Trinidad y al servicio de los poderosos, han ejerciendo el poder manipulando las conciencias fanatizadas por ellos mismos.
Cuando el papa Pío XII declaraba que: “El gran pecado del siglo XX es que se había perdido la conciencia del pecado”, tenía su razón. Desaparecido el sentido de culpa, cesa la manipulación de los intermediarios de Dios. En las cátedras, los púlpitos y los confesionarios. El negocio de la salvación de los hombres debía cambiar de estrategia, porque ya hay muchos países que se han librado, al menos en parte, de la influencia real de la clase sacerdotal. Sólo han quedado para mantener los ritos del culto como costumbre social. Pero desgraciadamente, hay otros pueblos como Israel, Irán y el propio Vaticano, por poner ejemplos del monoteísmo, casi siempre interesado, fanático e intolerante. Donde el poder militar y político se funde con reivindicaciones religiosas al servicio de la intolerancia y la insolidaridad.
Referente a la libertad sexual y los derechos sexuales de los ciudadanos, las tres religiones secuestran el sexo de los fieles y sólo lo deben de utilizar para traer hijos al mundo para Dios. Para el judaísmo las relaciones íntimas antes de la boda están prohibidas por la halakha (ley judía) porque el sexo no puede tener otro objetivo que la procreación. El catolicismo no es más abierto y glosa incluso “la castidad conyugal”. El Islam también exige la “pureza” pero admite el arrepentimiento respecto a “deslices” previos al matrimonio si hay propósito de enmienda. El integrismo fuerza la interpretación de las doctrinas.
Pues ante las barbaridades que están llevando a cabo en no pocas partes del mundo, ninguna sede religiosa de popes, patriarcas, obispos, arzobispos, ayatolas, imanes, rabinos, presbíteros, levitas y pastores, han condenado los crímenes fratricidas y las conductas caínicas.
En todos los casos son los más cercanos al altar los que avivan las matanzas de los abeles. En Israel, los hebreos ortodoxos. En Europa y EEUU, los cristianos conservadores y puritanos. Y en el mundo musulmán los fanáticos suicidas. Tres vertientes del mismo radicalismo y los tres de inspiración divina. Los unos ganan el cielo, los otros la tierra prometida porque son el pueblo elegido y los terceros desean imponer su civilización cristiana al resto del mundo. Si después de una reflexión sobre este triángulo de encrucijada religiosa inspirada por la misma deidad, alguien cree en Dios es porque necesita reinventarlo. Mientras, los seguidores de Mahoma, de Cristo y de los Hijos de Israel, avivan la llama del odio, Abel sigue siendo asesinado por Caín. El eje del mal está muy bien definido… De cuya malicia no se escapan, aunque algunos ya gozan de la presencia divina: Bush, Sharon, Arafat, Bin Laden y sus cómplices, todos ellos caudillos entregados a salvar la humanidad… Aunque la humanidad no desee ser salvada por ellos.