Tezanos se ha equivocado tanto con el menú y los postres en su cocina del CIS, que yo ya tengo claro que no acertó en los resultados del 28-A debido a su preparación y talento. Creo que acertó de pura potra. Si no, que me expliquen lo de ayer.
Hasta el momento de escribir estas líneas, Tezanos, otro enchufado a medida de Pedro pseudo-doctor Sánchez, no ha dimitido. De hecho, hace unas pocas horas declaró a un diario que no piensa hacerlo. En otros países, donde se toman la política como algo realmente serio, los fracasados dimiten porque no tienen inconveniente en renunciar a los abultados sueldos públicos. Aquí, para que un político y un funcionario dimitan tras algún sonado fracaso -o incluso delito- hay que rociarlo con agua caliente o empujarlo con una grúa. Y ni siquiera esos métodos son garantía para poder desalojarlo de su puesto.
Sin embargo, la jornada del día después nos ofrece una excepción a esa triste pauta. Albert Rivera sí que dimite. Anuncia que deja la política. Asume su responsabilidad en el merecido descalabro de Ciudadanos y abandona, dejando al partido naranja con sólo 10 escaños en el Congreso de los Diputados. 47 menos que en la última y breve legislatura. Sus votantes no le han perdonado tanto cambio de rumbo y tanta equidistancia en asuntos vitales para la supervivencia de España. Su empecinamiento en no querer pactar absolutamente nada con quienes él y el resto de políticos y medios globalistas afines a George Soros definen a diario como “ultraderecha”, y su desobediencia a las imposiciones de Soros para que su partido apoyase la investidura del socialista Sánchez como presidente de gobierno han sido motivos suficientes como para que los votantes naranjas hayan huido a la desbandada hacia PP y Vox. Esto último ha sido una extraña paradoja. Los líderes de Ciudadanos han jugado a ser exclusivos y diferenciados respecto al PP y Vox, y la gran mayoría del voto naranja ha terminado por buscar su acomodo en el azul y el verde. Lo que queda de la cúpula de Ciudadanos quiere que Inés Arrimadas tome el mando; de modo que está por ver si habrá continuidad en el partido hasta su extinción o si se darán los necesarios cambios que faciliten un muy complicado resurgimiento.